lunes, 28 de julio de 2014

Guíame, Luz Amable

El título de este blog hace relación al conocido himno del Cardenal Newman, 'Lead, kindly light'. Hace tiempo hice una traducción al castellano del mismo.

Guíame, Luz Amable, entre tanta tiniebla espesa,
¡llévame Tú!
Estoy lejos de casa, es noche prieta y densa,
¡llévame Tú!
Guarda mis pasos; no pido ver
confines ni horizontes, solo un paso más me basta.
Yo antes no era así, jamás pensé en que
Tú me llevaras.
Decidía, escogía, agitado; pero ahora
¡llévame Tú!
Yo amaba el lustre fascinante de la vida y, aún temiendo,
sedujo mi alma el amor propio: no guardes cuenta del pasado.
Si me has librado ahora con tu amor, es que tu Luz
me seguirá guiando
entre páramos y lodazales, riscos y torrentes, hasta que
la noche huya
y con el alba estalle la sonrisa de los ángeles,
la que perdí, la que anhelo desde siempre.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Oración para un hijo pródigo

Creo, Padre.

En la noche, cuando el alma aherrojada por el cuerpo parece que se resigna a no levantarse, a no ver el alba...

En la noche, sabiendo que a pesar de todo Tú existes, y que lo más real en mi vida es existir, sea cual sea mi forma y deformidad, delante de ti...

En la noche, cuando las lágrimas, el barro, el dolor y la confusión forman una única sustancia, pegada a mi cuerpo, que insistentemente se aferra a toda mi piel... Cuando fugazmente ansío verme libre, aún en carne viva, y sin embargo mi debilidad me postra nuevamente, devolviéndome a la realidad de mi pobreza, aún no aceptada...

Cuando hay miedo a que ya no haya esperanza.

Creo.

Creo que existes, y eres Padre.

Creo que me amas... Que me amas tanto que tu Hijo lo entregas para llamarme hijo.

Creo que eres el Tú de mi vida, constante y amante.

Creo que me esperas velando en casa. En casa.

Creo que tu Hijo ha salido, sale y saldrá en mi búsqueda todos y cada uno de mis días.

Creo que Él pagará la deuda que me avergüenza... Que tomará mi lugar, porque Tú sé lo has pedido.

Creo que de roto que estoy, en verdad me harás nuevo.

Creo que tu Hijo me llevará sobre los hombros.

Creo que en el camino tu Santo Espíritu pondrá la paz en mi corazón, y me enseñará a glorificarte - quererte - con mi humillación y deshonra.

Creo en el dolor que dejas, cuando miro el daño hecho. Y lo acepto, Padre, lo acepto.

Creo que no me dejarás morir, que de esta desnudez volverá la vida.

Creo en tu mirada que ya de lejos no me rehuye, que busca mis ojos.

Creo en tu abrazo... y me abandono a él, Padre.

Creo que me llamarás por mi nombre, y en el amor me darás un nombre nuevo.

Creo en tu abrazo, sostenido por el Hijo, arropado por el Santo Espíritu. Me dejo abrazar sin excusas, y me dejo juzgar por ti, Padre.

Creo que este amor no tiene fin, no se cansa.

Creo que me perdonas.

Creo que me quieres.

Creo. Padre, creo.

Padre, perdón.

Padre, he vuelto.

jueves, 27 de mayo de 2010

Una relación con problemas: Moral y Evangelio

(Texto para la cuña Luz Amable en el programa "Espejo de la Iglesia en Cuenca" de la cadena COPE)
En la evangelización está en juego la cuestión de la moral misma. Esto ya lo hacía notar el papa Juan Pablo II en la encíclica “Veritatis Splendor”. Se ve con claridad en el hecho de que la cuestión moral no resulta indiferente a la hora de proclamar el evangelio. No siempre resulta fácil hablar de sus exigencias, y no son poco frecuentes los silencios a la hora de hablar de temas fundamentales, donde el evangelio tiene una respuesta rotonda, como es la vida sexual o conyugal, o la defensa de la vida. La tentación de presentar el evangelio pasando de puntillas por los temas “espinosos” es una constante.
Pero a la vez vemos en la sociedad una tendencia a marcar con fuerza asuntos de justicia social, de concienciación ciudadana, de voluntariado… situaciones todas que aparecen en principio como un lugar idóneo para presentar en la sociedad de hoy la plena actualidad del evangelio, en donde tiene algo que decir sobre los planteamientos éticos de una sociedad que se quiere renovar.
Está claro que la moral no resulta algo ajeno a la actividad evangelizadora, pero no damos siempre una respuesta única en este reto, y no estamos exentos de servirnos de la moral de forma oportunista, en función de lo cómodo que resulte el presentarla. Por eso Juan Pablo II nos invitaba a toda la Iglesia a redescubrir el vínculo entre vida moral y evangelio. En una sociedad donde la crisis de valores es una constante creciente, nuestra aportación ha de ser la de vivir al estilo del crucificado y del resucitado, siendo testigos con el modo propio de vida, en donde queremos traslucir no un código de conducta, sino un modo de responder a los retos de la vida.
Era esta la preocupación del querido pontífice, que quería que los que componemos la Iglesia superáramos esa crisis entre evangelio y vida, perdiendo el miedo a hacer de la vida moral misma, con todas las exigencias que se derivan de ella, el estandarte de la nueva evangelización. Tanto en los responsables de la predicación, para que se dejaran seducir por el atractivo del seguimiento estrecho de Cristo que supone el ideal de una vida conforme a la de Jesús, esto es, moral; como a todos los fieles en su vida cotidiana, haciendo de la virtud en todas las facetas de la vida el instrumento más eficaz de evangelización y de transformación de las realidades temporales.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Huída



Ya conocemos la polémica sobre los crucifijos en las escuelas. Los quieren quitar, y ya está. Hablan de laicidad, de tolerancia, de respeto. Este deseo, por otra parte, no es nada nuevo. Ya lo decía el genial Miguel de Unamuno en 1935, cuando también querían quitar los crucifijos: “hay que decirlo claro, […] la campaña es de origen confesional. Claro que de confesión anticatólica y anticristiana. Porque lo de la neutralidad es una engañifa”.

No me acuerdo de los crucifijos en las aulas. Sé que estaban, pero como tantas cosas. Estaban con naturalidad, no resultaban chocantes. Jamás oí ningún comentario en contra, ni entre esos queridísimos compañeros que se iban a estudiar “Ética” mientras nosotros estudiábamos “Religión”.
El problema es mucho más profundo. Es una campaña de negación de Dios. Es en definitiva el afloramiento de las luchas por anestesiar la propia conciencia de muchas personas que no le quieren escuchar. La voz de la conciencia puede suponer un dolor muy grande, el cual solo puede ser vencido con la conversión. Lo demás es huída, miedo, pobreza interior… una tragedia sin rumbo fijo.

No todos los que proponen la retirada de los crucifijos experimentan esto, que duda cabe, pero los promotores, los que lo llevan adelante, los que lo consideran un triunfo, si que experimentan esta fractura interior. El vacío estéril que intentan construir en su interior, sin Dios ni amo, como dicen a veces, peligra con esos símbolos que son lugares efectivos de gracia. No quieren correr el riesgo de que su trabajosa labor de negar la voz interior de Dios sea rota desde fuera por culpa de una mirada perdida que tropiece con la imagen de Aquel que dijo Tengo sed.

Después se esgrimirán toda clase de argumentos sobre laicidad y neutralidad. Hay que hacer presentable el dictado del propio gusto, y lo hacen con gran ahínco, porque sinceramente creen, en su huída, que les va la paz en ello.

Esta claro que la cruz es un símbolo de la identidad cultural europea, pero ante todo es un aldabonazo continuo en las conciencias para hacer de nuestra sociedad un reino de paz, justicia, y sobre todo de amor generoso. Si amamos de verdad, no podemos permitir que los que quieren quitar los crucifijos sigan huyendo, haciéndose daño a ellos mismos, y arrastrando en su huída para justificarse a todos, especialmente a los niños.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Libertad Religiosa


Lo que funciona no hay que cambiarlo, a no ser que quieras que deje de funcionar. Si el gobierno trabaja en una nueva Ley de Libertad Religiosa hay dos realidades claras: que la actual no plantea problemas a los que profesan cualquier religión, y que los únicos que quieren ver problemas son los laicistas.

Aquí hay que hacer una disitinción. Una cosa es la laicidad, osea, la no eclesiastización de la sociedad, la justa autonomía que tienen los diversos ámbitos de la vida pública, y por otro lado el laicismo, que es la opción religiosa de la no-religión. Un estado constitucionalmente aconfesional como el nuestro contempla el poder público como aquel que ante el fenómeno religioso se situa en una posición de neutralidad y de objetividad. Neutralidad en cuanto que no puede privilegiar en sus actuaciones ninguna ninguna opción religiosa sobre otra - incluída la opción de la no-religión - y objetividad en cuanto que debe considerar el peso social y el interés de los ciudadanos en cada una de las opciones - también, por qué no, la opción de la no-religión.

En la polémica de los crucifijos en las aulas, mi postura es quizá poco convencional, pero creo que es la que mejor se ajusta al marco legal - marco que no vulnera mi conciencia, por tanto legítimo - y es que en los colegios públicos, si causa discordia, que se quiten. Mejor así, humilde y escondido, que insultado y profanado. En los colegios concertados, que se les deje hacer lo que les de la real gana, que para eso tienen su idearios, muchos de los cuales dan cabida al crucifijo con mucho amor y respeto. Pero en todo caso que se respete como símbolo religioso. Que no se hable de ellos con desprecio y odio, porque hasta en nuestro ordenamiento jurídico, el violentar un símbolo religioso es una conducta delictiva castigada en el Código Penal.

La pena de todo esto es que huele muy rancio. Corazones envejecidos prematuramente, cansados y llenos de amargura promueven actitudes rencorosas. No sabemos que nos deparará la nueva Ley de Libertad Religiosa, pero desde luego está claro: menos libertades para los creyentes de las religiones y una toma de partido por los creyentes de la no-religión. No se ajustará así al marco de la Constitución, pero ¿qué más da? Hay tantas leyes y Estatutos que no se ajustan a la Constitución que terminarán por hacerla reventar.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Reivindicando la Edad Media

Es muy fácil juzgar a los que vivieron antes que nosotros, mirar los tiempos pasados y sus gentes como si vivieran en mundo gris, como si fueran más violentos e irracionales que nosotros. Nada más falso. En todo caso han tenido las mismas raciones de luces y sombras que nosotros, y de ellos, de su experiencia, podemos aprender mucho.
Francamente me resulta chocante como se habla de la Edad Media como una especie de símbolo del horror, del atraso o de la incultura. Para empezar, la misma manera de definir a la época es despectiva, como si estuviera en el camino de dos grandes épocas, que en su momento se decidió llamarlas “Antigüedad” y “Renacimiento”.
Una iglesia románica, una catedral gótica, una imagen sonriente de la Virgen con su niño en brazos acariciándole a su madre la cara, son cosas que nos emociona ver, que nos suscitan interés. Pasear entre calles estrechas, descubrir plazas donde ninguna casa es igual a otra, como no es igual una persona a otra, es algo que los turistas hacen año tras año sin cansarse. Leer un texto que habla del amor humano, tratándolo con gran psicología que te llega y te llama la atención, en el que te sientes identificado, y de repente descubrir que está escrito en el siglo IV por san Agustín, es algo que sigue sucediéndole a muchas personas hoy en día. O escuchar un texto que habla de una sociedad perfecta, ordenada, equitativa, tal y como nos gustaría que fuera nuestra sociedad ahora, y descubrir que ese texto lo ha escrito una fraile dominico en el siglo XIII, llamado hoy santo Tomás.
Las gentes de esos tiempos tuvieron luces, muy grandes, de las cuales vivimos, y tuvieron sombras, profundas y sin embargo tan iguales a las nuestras. No vivieron en el horror o la negrura; para ellos también había días soleados, grandes proyectos y muchas esperanzas. Su legado está entre nosotros, y está profundamente cargado de fe y de cercanía de Dios, y de él tenemos mucho que aprender todavía. No existen épocas perfectas, ni tampoco épocas malvadas. Al final solo queda la santidad o la maldad de los hechos de personas que afrontaron la existencia, sus decisiones morales.
Muchos de ellos tenían muy presente que caminábamos hacia la presencia de Dios. Actitud sabia y de fe, motor de grandes decisiones y grandes cambios, de la cual nuestra sociedad y nuestro tiempo también están necesitados.

viernes, 14 de agosto de 2009

Mis "nunca" desautorizados

Llevo unos días pensando sobre las veces que he dicho "nunca" en relación a decisiones o eventos en mi vida. Todos tenemos esa experiencia: nuestras fobias y miedos, nuestra comodidad, nuestra estrechez de miras, nuestra cortedad de horizontes... y todo eso evidentemente hacia cosas que de por sí no son malas.
Está claro que hay que saber decir "no", establecer límites morales. Pero no es a eso a lo que me refiero. Me refiero más bien a esas puertas que queremos cerrar a caminos que nos pueden llevar muy lejos.
Los cristianos deberíamos comprender esto algo más, no en balde creemos en la Providencia, en que Dios guía nuestras vidas sirviéndose a la vez de nuestra responsabilidad y de nuestra confianza, de nuestra libertad vivida plenamente en definitiva.
La verdad es que pensando en mis "nunca" he pasado un buen rato. Todo viene de ir escuchando la primera sinfonía de Tchaikovsky, "Sueños de Invierno", en el coche. Me retrotrajo a mis 15-17 años, cuando la escuchaba con cierta frecuencia. Ya a esa edad tome la muy discutible decisión de que nunca me iba a molestar en aprender informática, que para eso había secretarias. No soy un genio ni muchísimo menos, pero hoy por hoy sin la informática práctica no se puede trabajar. Pensaba además en aquellos tiempos cómo podría vivir alguien fuera de una ciudad grande, que nunca me iría a una ciudad de provincias; el caso es que no solo vivo ahora en una ciudad de provincias, sino que he vivido siete años en un pueblo de 120 habitantes. También dije que nunca estudiaría derecho, y ahora soy licenciado después de estudiar derecho canónico. Dije en su momento, cuando era religioso, que nunca sería sacerdote secular; el caso es que lo soy ahora, y muy felizmente. He dicho que tampoco sería juez eclesiástico, pues no me sentía con ningún ánimo de tener que entrar a juzgar sobre la nulidad de un matrimonio o sobre la veracidad de los que la presentan. El caso es que dentro de poco tendré que dar mi primera sentencia como juez diocesano.
Esto de los "nuncas" tiene su gracia. Parece que Dios está empeñado en decirme que no sea obtuso, que no me ponga vendas en los ojos. Me desautoriza mis nuncas de tanto en cuando, y la verdad es que no me ha ido mal. Es una lección de docilidad a la mano de Dios. Él sabe lo que nos conviene, y lo que nos hace felices